Yo era tan mona, yo era tan normal
juro que era linda y entrañable, no era tan como los demás, pero estaba ahí
en la parte aún aceptable.
Hacía las mismas cosas que todos los demás
pero de repente, algo pasó.
No sé qué fue, aún no lo recuerdo, a pesar de que intentan ayudarme,
me llevan de la mano, pero
NO
ni creo que recordarlo sirviera de mucho.
Simplemente, un día me di cuenta de que me iba a morir,
de que todos nos íbamos a morir,
todo lo que había a mi alrededor y que yo amaba.
Me consolé con mis muñecos y viendo mucho la tele,
pero mucho, mucho.
Me consolé de la forma que pude, agarrando historias, inventándomelas,
aquí, allá, cogida a unos hilos
que, sin embargo, resistieron
hasta que pude escalar a la superficie.
Pero el miedo aún seguía ahí, y ya nada podría arrancarlo de mí.
Nos habíamos abrazado tan fuerte que ahora éramos uno.
Y ese miedo lo heredan quienes vienen detrás,
lo absorben quienes se acercan.
Yo era la cierva con la pata quebrada
y los tigres vinieron a por mí y me cazaron.
No era peor que los demás, sólo estaba malherida.
No era peor, ni valía menos, pero me tocó la china
y ya para siempre jamás.
Mi cadáver abonó la tierra y de ahí salió un árbol con la rama quebrada.
Sí, somos uno, y no sé por qué
y te llevo tan dentro que a veces juro que hasta te quiero.